La celebración del Día Internacional de la Paz el día 21 de septiembre (efeméride instituida por una declaración de la Asamblea General de Naciones Unidas en 1981, y que se celebra cada año desde 2001) nos lleva a plantearnos en qué estado nos encontramos como sociedad internacional, hasta qué punto hemos conseguido ese objetivo global al que aspiraba la declaración, que asimismo decreta que esa fecha sea, a nivel global, un día de no-violencia y alto el fuego en todos los conflictos.

Pero, ¿de cuántos conflictos estamos hablando? Porque, más allá de la actualidad mediática, son muchos los conflictos activos, algunos de ellos olvidados, que asolan el planeta. Centrándonos en el ámbito de interés de nuestra Fundación, Oriente Próximo y el Mediterráneo, demos un breve repaso a algunos de ellos.

En pleno Mediterráneo, en la isla de Chipre, late uno de esos que están relegados: la ocupación turca del 36% de la isla, concretamente la zona norte, desde 1974. La creación en 1983 de la República Turca del Norte de Chipre — un Estado sólo reconocido por Turquía y en contra de numerosas resoluciones de la ONU— sigue siendo un obstáculo a la solución del conflicto, prevista a través de la reunificación de la isla. Diversas propuestas han sido rechazadas, y el referéndum de 2004 dio un resultado negativo (66,7% de votos en contra) a la reunificación.

Yendo hacia el este, ya en pleno Oriente Próximo, al mediático y constante conflicto entre Israel y Palestina (en una nueva fase desde octubre de 2023 de extrema dureza y gravedad) hay que añadir la nunca terminada guerra civil en Siria, que ya lejos de los titulares que acaparó hace una década se encuentra en punto muerto: sin esperanzas en la caída del régimen, que ha recobrado el control de la mayor parte del país y al que algunos vecinos vuelven a reconocer, y sin conversaciones de paz.

Justo al lado, Iraq permanece bajo tutela de los Estados Unidos, y asolado por la corrupción y una insurgencia que no cesa y que se materializa en diversos grupos paramilitares, tales como Quwwat al-Hashd ash-Sha’bi (Fuerzas de Movilización Popular), o Muqawamat al-Islamiyat fi al-Iraq (Resistencia Islámica en Iraq, una organización paraguas bajo la cual se agrupan facciones como Harakat Hezbollah al-Nujaba o Kata’ib Hezbollah, entre otras), que no cesan de hostigar a la presencia norteamericana tanto en Iraq como en las vecinas Siria y Jordania.

Hacia el oeste, Egipto continúa lidiando con Wilayat Sina’, la franquicia local del Estado Islámico, que no deja de atacar infraestructuras militares y civiles en la península del Sinaí, donde en los últimos años ha destruido decenas de escuelas, lo que ha llegado a provocar que incluso el Comité de los Derechos del Niño de la ONU reconociera recientemente (junio de 2024) la difícil situación de la infancia del Sinaí y pidiera acceso internacional al norte de la región.

En la vecina Libia, que desde la caída de Gaddafi en 2011 está sumida en una constante agitación política y violencia armada, la coexistencia de gobiernos rivales paralelos provoca conflictos superpuestos en los que toman parte varios grupos armados y potencias extranjeras. El rompecabezas libio preocupa a organismos internacionales como la UNSMIL (Misión de Apoyo de las Naciones Unidas en Libia) o la Delegación de la Unión Europea en Libia, que han dado en agosto la voz de alarma ante el temor de que Libia pueda encaminarse hacia una nueva guerra civil.

Terminamos ya este sombrío repaso —dejando fuera otros conflictos regionales como los que se dan en Yemen, Sudán del Sur o, ya más lejos, en la región del Sahel—, con la esperanza de no tener que volver a escribir de estas cuestiones, e igualmente confiando en que seamos capaces de poner de nuestra parte (como personas individuales, y también como sociedades) para alcanzar ese objetivo de la paz.