Imagen de la Epifanía, en las catacumbas de Priscila de Roma, S. II.
“Queridos Reyes Magos…” Así comienzan sin duda las cartas que hemos enviado hace poco y que esperamos que hayan llegado a sus destinatarios, Melchor, Gaspar y Baltasar. Pero, incluso si los conocemos por sus nombres, si hasta sabemos dónde descansan sus huesos cuando no están repartiendo regalos, ¿sabemos qué significan esos nombres?, ¿sabemos cuántos eran realmente?, ¿y qué eran?
La primera referencia que tenemos por escrito de estos personajes es el Evangelio de Mateo, (datado en torno al 80 e.c.), pero ahí se habla de “magos”, no da nombres, ni dice que sean reyes, ni especifica su número. Demos un poco de contexto:
Es en la Excerpta Latina Barbari, también conocida como Chronographia Scaligeriana, donde aparecen por primera vez sus nombres. La Chronographia… es una recopilación histórica escrita originalmente en griego y posiblemente en Alejandría en torno al año 500 e. c., de la que sólo se conserva una traducción latina de fines del s. VIII. No se sabe ni quién la escribió ni quién la vertió al latín. Es ahí donde son bautizados los personajes -que ya son tres- como Bithisarea, Melichior y Gathaspa, versiones de Baltasar (del hebreo Belshazzar, y éste del acadio Bel-shar-uzur, que significa “Bel protege al rey”), Melchor (del hebreo Meleji Or, “mi rey es luz”, o quizás del persa Melk qart, “rey de la ciudad”) y Gaspar (del caldeo Gizbar, “tesorero”).
De la misma época, s. VI e.c., es el famoso mosaico de la basílica de San Apolinar, de Rávena, donde aparecen los tres personajes con sus actuales nombres, y vestidos al estilo persa.
Hemos visto que ya en el s. VI e.c. era tres su número, y esto parece que deriva de la deducción lógica a partir del número de regalos que le llevaron a Jesús. No obstante, las Iglesias apostólica armenia o la ortodoxa siria aún siguen considerando que son doce, quizás por asimilación con los doce apóstoles cristianos o las doce tribus de Israel.
Otra posibilidad es que sean tres para representar lo que en la Antigüedad tardía eran los tres continentes conocidos, Europa, Asia y África; o a los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet; o, más tarde, en la Edad Media, a lo que se consideraban las tres razas humanas. En ese sentido, hay que señalar que es a partir del s. XV cuando comienza a asimilarse a Baltasar con el hombre negro.
En el evangelio de Mateo se les llama, en su versión griega, magoi (μάγοι), de donde se deriva su condición de “magos” en nuestra tradición. Pero los magos, en su sentido original, no eran sino la casta sacerdotal zoroastriana, cuyos miembros, más allá de vicisitudes dinásticas, mantuvieron siempre sobre sus dominios (Persia; y más específicamente en ese momento, el Imperio Parto) su influencia religiosa, y tenían la astrología entre sus actividades.
El porqué de su posterior conversión en “reyes” en la tradición cristiana parece estar relacionado con antiguas profecías judías como las expresadas en Isaías 60:3, que dice que “(…) andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento”, y que continua en su versículo 6 diciendo que “multitud de camellos te cubrirá; dromedarios de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso”. O en el Salmo 72:11, que afirma que “todos los reyes se postrarán delante de él”. Parece lógica la apropiación de esas profecías para dar importancia a Jesús, calificándole como alguien que desde su nacimiento está por encima incluso de reyes terrenales. Así es como unos astrólogos acabaron convertidos en reyes.
¿Y dónde acabaron esos tres reyes? Pues en una de las catedrales más grandes del mundo, la de Colonia. Eso, a pesar de que el propio Marco Polo, allá por 1270, afirmara que en sus viajes le habían enseñado, al sur de Teherán (Irán), su tumba.
Es otra la tradición cristiana que explica cómo acabaron sus huesos en Alemania. Se supone que fue Helena, madre del emperador Constantino, la que los encontró en sus viajes por Palestina en busca de reliquias —siendo la más importante de las que halló, sin duda, la cruz donde fue crucificado Jesús—. De ahí los llevó a Santa Sofía, en Constantinopla, desde donde pasaron a Milán, siendo luego llevadas por el sacro emperador romano-germánico Federico I Barbarroja, en 1164, a Colonia.
Todo un paseo para los reyes magos. Casi tan largo como el que se darán, el próximo día 5, para llegar a nuestras casas. Os deseamos que os traigan muchos regalos, señal de que os habéis portado bien.