La Fundación se une a las condolencias por la muerte de Antonio Lozano, novelista y dramaturgo que dedicó su obra al conocimiento del otro, a la superación de las barreras y al encuentro cultural.
Coincidiendo con la presencia en esta casa de los también autores de novela negra Carlos Zanón y Jesús Lens, rendiremos mañana un sentido homenaje a Lozano, cuya marcha deja un profundo vacío en las letras españolas y en esta fundación, a la que estuvo estrechamente ligado a través de su club de lectura desde el año 2009.
En sus diez años de vida, tres de sus obras fueron tratadas en Tres con libros (Las cenizas de Bagdad, Harraga y Un largo sueño en Tánger) e incluso participó en la experiencia de club de lectura puesta en marcha por Tres Culturas con el Centro Penitenciario Sevilla 2.
Además, Lozano fue el precursor y director del Festival del Sur-Encuentro teatral Tres Continentes, organizado en la localidad canaria de Agüimes, con en el que la fundación colabora muy activamente.
Una de sus últimas intervenciones en los actos de la Fundación fue en la segunda edición del Tres Festival, en abril de 2018, donde compartió mesa con Alicia Giménez Bartlett y Jesús Lens, quien precisamente mañana estará en la presentación de Carlos Zanón.
Como una humilde muestra de nuestro pesar por su pérdida, hoy recordamos las palabras que Antonio Lozano dedicó al club de lectura Tres con libros:
Para un escritor, tener la oportunidad de compartir la experiencia de la lectura uno de sus libros con un grupo de lectores constituye un acontecimiento extraordinario. Pero, entre todas las que he tenido la oportunidad de disfrutar, la de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo se encuentra sin duda entre las más gratas y emotivas que he vivido. Y ello por varias razones.
En primer lugar, porque las personas que se encuentran al frente de la biblioteca que organiza el club de lectura son de esos seres escasos que viven atrapados por el amor a la literatura, que ejercen la animación a la lectura como una misión vital, que profesan un enorme respeto –a partes iguales- por escritor y lector. Que convierten, en definitiva, su espacio de trabajo en un templo y la actividad que en él desempeñan en una ceremonia.
También es cierto que en mi primera visita quedé hechizado por el lugar al que había sido invitado: el antiguo pabellón de Marruecos de la Exposición Universal de Sevilla de 1992. No tuve oportunidad en su momento de visitar el magno acontecimiento. No conocía pues el espacio al que había sido invitado. Se trata de uno de los escasos edificios que se han conservado de cuantos se construyeron para la ocasión, probablemente el que mejor uso ha heredado tras la clausura de la Exposición: el de ser espacio de encuentro entre las tres culturas del Mediterráneo que antaño convivieron en nuestro país. Quedé subyugado por la belleza del lugar, sentí que al cruzar la puerta de entrada regresaba a mi Marruecos natal, el país del que sin poseer pasaporte me siento ciudadano en la misma proporción de aquel de cuyo documento de identidad sí dispongo. Me sentí miembro de esa comunidad cuya ciudadanía definieron a la perfección mis compañeros de actividad, en la última edición del Festival de Cine Africano de Tarifa: la de Estrecheño. Bien podríamos decir que la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo es la casa de todos los estrecheños…
Al menos así la sentí yo cuando crucé su umbral por vez primera, cuando en él fui recibido por el custodio mayor de los tesoros bibliográficos que guardan los anaqueles de su biblioteca, la tan querida y admirada -no es esto cosa mía, sino de todos los que la conocen- Olga Cuadrado.
No iba en esa primera visita a hablar de una de mis novelas, sino del de una gran escritora senegalesa, Fatou Diome, que estrenaba la actividad del Club de lectura con su obra El un lugar del Atlántico. Aquella vez presenté a la autora y moderé el debate posterior a su intervención, ante un público numeroso e interesadísimo, y regresé a Agüimes –el hermoso pueblo grancanario en el que vivo- con la sensación de haber vivido una experiencia extraordinaria en un lugar fuera de lo común –la primera actividad de un club de lectura que sin duda estaba llamado a hacer grandes cosas- y con el deseo que volver cuanto antes a él.
Quiso la suerte que mis deseos se cumplieran sin mucha dilación, porque nada más y nada menos que, con el paso del tiempo, fueron tres las obras mías leídas por los miembros de esa comunidad lectora excepcional. La primera de ellas, Las cenizas de Bagdad, va acompañada de un recuerdo único. Al autor –a mí- lo acompañaba el protagonista de la novela, Waleed Saleh. La novela se basa, en efecto, en la vida del profesor de origen iraquí –miembro hoy del Departamento de estudios árabes e islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid- y las peripecias por él vividas durante sus años en Bagdad, siendo miembro de un Partido Comunista ilegal y perseguido hasta su llegada forzosa a España, pasando por los años de Marruecos, una vida que retrata la lucha frente a las adversidades impuestas por gobiernos y Estados, superadas siempre desde la libertad y de la dignidad como principios irrenunciables. La presencia del protagonista de la novela en el club de lectura le confirió al encuentro un carácter inusual ante un auditorio acostumbrado a enfrentarse a los autores de las novelas leídas pero que por vez primera lo hacía al mismo tiempo teniendo frente a sí al personaje principal de la historia. Guardo como un recuerdo imborrable esas horas entrañables de encuentro que fueron acompañadas de una merienda en que mandaba la repostería del Oriente Medio, esa región del mundo tan querida como conocida por Waleed.
Tuve además el honor, junto con el protagonista de Las cenizas de Bagdad y Olga Cuadrado, algún tiempo después, de inaugurar el club de lectura que la Fundación puso en marcha en la Cárcel de Sevilla. Ni que decir tiene que la experiencia, ante una sala repleta, fue una de las más emotivas y enriquecedoras de las muchas que me ha proporcionado este hermoso oficio de escritor.
La siguiente actividad en el club de lectura de Fundación entró en el marco de la modalidad itinerante que la institución le dio aquel. Tuve la oportunidad de hacer un gratísimo viaje en autobús hasta Jerez con los lectores que habían leído en esta ocasión mi novela Harraga. Allí fui presentado por el admirado Juan José Téllez. El debate con el público jerezano se prolongó con quienes regresaban a Sevilla con nosotros.
Un largo sueño en Tánger fue la tercera novela mía que el Club de lectura de la Fundación Tres culturas leyó. No tuve, por razones diversas, ocasión de mantener el encuentro habitual con los lectores, con quienes sí intercambiamos opiniones vía videoconferencia. Pero a ese primer encuentro virtual se sumará en breve uno personal que queda pendiente, con la promesa además de que este autor animará la velada con la elaboración de un cuscús que nos ayudará a llevar a cabo el viaje a la hermosa ciudad mediterránea que pretende ser esta lectura.
Regresar a la sede de la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo será para mí, una vez más, una ocasión para la fiesta, el regocijo y la amistad.
Antonio Lozano