Cada 21 de febrero se celebra el Día internacional de la lengua materna, aprobado por la Organización de las Naciones Unidas para la Cultura, la Ciencia y la Educación (UNESCO) en 1999. Es la primera lengua que aprende una persona. El idioma adquirido de forma natural sin intervención pedagógica, por el simple contacto con su forma oral ya desde el vientre materno.
La importancia de la lengua materna reside no solo en el simple hecho de conocer y poder interactuar en ese idioma. Más allá, se trata de una forma única de interpretar la realidad, un bien cultural que conforma también la identidad de una persona, a través de las estructuras, el vocabulario o el imaginario colectivo. Una rica urdimbre que pervive en cada uno como parte de su patrimonio cultural e intelectual.
Por eso, cuando una persona se ve privada de su lengua materna pierde también posibilidades, tradiciones, recuerdos, modalidades únicas de pensamiento y expresión, recursos valiosos y necesarios para su presente y su futuro.
Pero a veces las circunstancias nos obligan a alejarnos incluso de aquello que nos pertenece por derecho. Es el caso de miles de hijos de padres migrantes que en su día a día se desenvuelven en otro idioma distinto del materno. Otra forma de entender el mundo quizá, que va calando en sus vidas desde la niñez, formando parte de su riqueza cultural.
Desde el punto de vista pedagógico y del desarrollo intelectual, el plurilingüismo conlleva numerosas ventajas no solo respecto al desarrollo cognitivo, sino también a largo plazo, a la hora por ejemplo de optar a un puesto de trabajo mejor remunerado. En estos casos, el verse obligado a desenvolverse en otro idioma no es un factor negativo. Muy al contrario, puede ser una gran ventaja, especialmente si se trata de lenguas que la educación pública no incluye en sus programas de bilingüismo escolar.
Sin embargo, tal vez como una forma más de integrarse en la sociedad que los recibe, muchos padres migrantes no son conscientes de esta ventaja y prefieren hablar con sus hijos en la lengua de acogida en lugar de hacerlo en la materna. En otros casos, sólo practican con sus hijos la forma oral, sin atender a la lectoescritura.
Estos niños se ven privados del aprendizaje del idioma de sus padres, al menos en su forma escrita, y por tanto de los recursos que éste les puede ofrecer. Paralelamente se produce una ruptura con sus raíces, su legado, difícil de solucionar en la edad adulta. O tal como lo expresara el filósofo, matemático, y lingüista vienés Ludwig Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”.
Más allá de la pérdida individual, investigaciones más actuales defienden que la propia sociedad en su conjunto sufre ese perjuicio. Tal como expresa Fabio Scetti -sociolingüista e investigador en la universidad de la Sorbone Nouvelle de París-, “la manera en que las familias de migrantes conservan o no su lengua materna con el paso de las generaciones tiene importantes repercusiones en el tejido social de un país”. Es una forma más de empobrecimiento cultural de la sociedad, pues como proclama la propia UNESCO, las diferencias de culturas e idiomas fomentan una sociedad más tolerante y respetuosa.
Para paliar esta situación, en septiembre de 2017, la Fundación Tres Culturas puso en marcha el proyecto Aprendiendo en familia. Un programa lingüístico que promueve el aprendizaje del español entre marroquíes residentes en Andalucía y, al mismo tiempo, el aprendizaje del árabe clásico entre sus hijos, nacidos aquí o venidos muy pequeños, para que no pierdan el vínculo con el país de origen de sus padres.
Enmarcado entre las actividades de sensibilización que Tres Culturas desarrolla a través del programa Alqantara (financiado por el Ministerio delegado encargado de los marroquíes residentes en el extranjero y asuntos de la migración) estas clases totalmente gratuitas tienen una periodicidad de dos veces por semana con una duración de dos horas. En ellas se trabaja el aprendizaje de la lengua de una manera global, tomando en cuenta las competencias de expresión oral y escrita, comprensión auditiva y lectora, comprensión audiovisual e interacción oral.
En 2017 el proyecto se puso en marcha en dos centros, y tras comprobar sus beneficios y aceptación se ha ido ampliando para poder ofrecer este servicio a más familias. Actualmente Aprendiendo en familia se está impartiendo en cuatros puntos distintos: dos centros cívicos de Sevilla capital, en las barriadas de La Macarena y Polígono Sur, otro en el pueblo de Olivares y un cuarto espacio en Cartaya, Huelva, con más de noventa alumnos.
Desde sus inicios, Aprendiendo en familia ha beneficiado a más de cien niños y niñas que semana tras semana van adquiriendo el conocimiento y el refuerzo necesarios para valorar sus raíces a través del aprendizaje de su lengua y su cultura de origen, en este caso el árabe y la cultura marroquí.
“Mis hijos iban en vacaciones a Marruecos y descubrían que no podían leer los carteles por la calle y no entendían bien lo que sus abuelos o tíos les decían. Ahora eso ya no les pasa. Aunque el pequeño aún no sabe leer bien, el mayor sí va reconociendo y está muy contento”, nos explica Boushra, madre de dos alumnos del grupo de La Macarena.
Algunos niños vienen a regañadientes, nos cuenta su profesora, poco conscientes aún del regalo que están recibiendo. “Si les das a elegir entre una actividad extraescolar como el fútbol y venir a árabe, pues prefieren el deporte. Pero el valor de conocer su propia lengua materna no tendrá precio en el futuro”.
Kenza, una de las profesoras de los grupos infantiles, nos explica la dificultad de aprender árabe, especialmente la escritura. “Ellos manejan el abecedario español en sus colegios. El árabe es muy distinto y tiene muchos más sonidos, algunos muy complicados. Pero aunque es difícil lo captan muy rápido. Sobre todo en los más mayores, que llevan al menos dos cursos, se ven mucho los avances”.
En las aulas de Aprendiendo en familia se enseña la variedad estandarizada que se utiliza en los medios de comunicación y la literatura contemporánea. El árabe estándar es descendiente directo del árabe clásico, conservando su morfología y sintaxis e incorporando léxico y rasgos estilísticos modernos para adecuarlos a las necesidades actuales.
Una complicación que se suma es el hecho de que las familias suelen practicar una variedad dialectal, el dariya o árabe magrebí. Un término que cubre las variedades del árabe hablado en el Magreb, incluyendo Marruecos, Túnez, Argelia y Libia.
En las aulas, los pequeños alumnos parecen indiferentes a las complicaciones que supone el nuevo idioma, y repiten a coro el abecedario, explicando luego por turnos a su profesora cómo se escribe cada letra:
-¡Esa lleva el sombrerito!
-¡Y esa el puntito abajo!
Ninguno parece muy consciente de lo que sin darse cuenta adquiere: el tesoro inmaterial de la cultura de sus padres, que como las comidas que disfrutan los días de fiesta, o las historias que les cuentan sus abuelos, pervivirá en ellos y se reflejará en una sociedad más plural y sostenible.