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Implicaciones geopolíticas de un año muy electoral

15/04/24

Completado el primer trimestre de este 2024, al que sin duda se puede calificar como “año electoral”, podemos hacer un pequeño repaso a las elecciones que ya se han celebrado. Diecisiete son las citas con las urnas previstas a lo largo y ancho del planeta, en las que se espera que siete de los diez países más poblados del mundo celebren elecciones nacionales, lo que equivale a más de 2.700 millones de personas, un tercio del total de la población global. Algunas de esas elecciones tienen lugar en países de nuestro entorno mediterráneo, o en países de Oriente Próximo que sin duda son del ámbito de interés de nuestra Fundación.

Las elecciones celebradas a principios de febrero en El Salvador y Pakistán fueron sólo el aperitivo de un menú electoral muy variado, y muy amplio, para este año 2024. Ya se ha votado, además, en países como Rusia o Irán, pero, más allá de las grandes cifras y cantidades, podemos dar un poco de contexto, viendo por qué son importantes esas elecciones: por lo que implican, más allá de lo cuantitativo.

A pesar de lo que pueda parecer, la democracia (el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado, como la definió Winston Churchill) no es el modo en el que los humanos nos administramos mayoritariamente en estos comienzos del s. XXI. De hecho, es un sistema que se encuentra crecientemente amenazado. Sirva como ejemplo el retraso de las elecciones en Senegal, que estaban originalmente previstas para el 25 de febrero.

A principios de febrero, el presidente saliente Macky Sall retrasó la cita, que finalmente tuvo lugar el 24 de marzo. En ella, el candidato opositor Bassirou Diomaye Faye fue elegido presidente con una victoria aplastante, mientras Amadou Ba, candidato de la coalición gobernante, admitió de forma tranquila su derrota, conjurando cualquier posible conflicto y dando esperanzas a la juventud del país (el propio Faye tiene sólo 46 años), que ha optado mayoritariamente por el cambio.

La cuestión no es menor, pues Senegal se ubica en un contexto geopolítico complejo como es el Sahel (donde el verano pasado hubo golpes de estado en Mali, Chad, Guinea Conakry, Burkina Faso, Níger y Gabón) y es una democracia que ha ido perdiendo fuelle en los últimos años, lo que le ha valido una revisión por parte de la Unidad de Inteligencia de The Economist, que degradó al gobierno de Dakar de una ‘democracia deficiente’ a un ‘régimen híbrido’ en 2020.

En cuanto a esta catalogación por parte de The Economist, es similar a la de otras entidades (como Freedom House, por ejemplo) que analizan y etiquetan el estado de las democracias globalmente, y que puede resumirse en esta clasificación: democracia plena, democracia deficiente o semi-consolidada, régimen híbrido, y régimen autoritario.

Volviendo a las amenazas al sistema democrático, las dos primeras elecciones del año, las ya mencionadas de El Salvador y Pakistán pueden servir, cada una con sus particularidades, para ejemplificar la cuestión. La aplastante victoria de Bukele en el país centroamericano no está exenta de polémica, puesto que, según la propia Constitución, no podría haberse presentado a la reelección. Pero una nueva interpretación de la carta magna por parte de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia -elegidos por la Asamblea Legislativa en la que su partido cuenta con mayoría absoluta- facilitó el camino a una nueva victoria electoral.

En cuanto a Pakistán, la cámara baja del parlamento eligió primer ministro a Shehbaz Sharif también para un segundo mandato, tras unas controvertidas elecciones marcadas por acusaciones de manipulación a gran escala y retrasos en la publicación de los resultados. Shehbaz es el hermano menor del tres veces primer ministro Nawaz Sharif, que fue declarado culpable de corrupción en 2018 y se autoexilió al Reino Unido. Pakistán, un país de 241 millones de habitantes, se enfrenta a la inestabilidad política en mitad de una recesión económica y una situación de seguridad muy deteriorada.

Por lo que respecta a Rusia, justo antes de Semana Santa, y en mitad de su guerra contra Ucrania (lo que nos ha permitido ver chocantes imágenes de soldados votando en colegios electorales itinerantes cerca del frente), ha celebrado unas elecciones que no han hecho sino confirmar lo que era un resultado más que esperado: la reelección de Vladimir Putin al frente de un país que lleva liderando casi 25 años –bien como jefe de Estado bien como jefe de gobierno. En ese cuarto de siglo, la democracia rusa ha ido trazando una trayectoria que le ha valido la etiqueta de régimen autoritario, ha conocido una corrupción desenfrenada, es testigo de abusos sistémicos de los derechos humanos, tiene a los medios independientes prácticamente cerrados y a la oposición intimidada e incluso eliminada en el peor de los casos. Pero si a pesar de eso Putin sigue revalidando el mandato, cabe preguntarse si (con independencia de la limpieza de las elecciones) y como apuntan algunos expertos, son meramente las circunstancias económicas las que inclinan el voto a su favor, pues en estos 25 años valores como el PIB o la renta per cápita han aumentado considerablemente, multiplicándose, al tiempo que los medidores de deuda externa o inflación no han hecho sino bajar, incluso en el complicado contexto actual de la guerra y en mitad de las sanciones impuestas al régimen.

Para cerrar este breve repaso a las elecciones vamos a mirar hacia Irán, un país que en los últimos años se ha visto barrido por protestas que señalan a una menguante legitimidad del gobierno. Además de las manifestaciones causadas por la muerte de Mahsa Amini bajo custodia de la policía moral en septiembre de 2022, que provocó meses de indignación cívica liderada por la ‘generación Z’, que desafió gravemente al régimen clerical, la ciudadanía iraní de cualquier edad está molesta por el estado de la economía de un país en el que, en 2022, el 30% de los hogares vivían por debajo del umbral de pobreza en medio de una inflación galopante y bajo la sombra de las sanciones estadounidenses. A pesar de que el ultraconservador Ebrahim Raisi reparó los lazos con el tradicional enemigo, Arabia Saudí, las continuas tensiones regionales siguen atenazando a Irán.

En las elecciones del pasado 1 de marzo, primera ronda de las legislativas para elegir los 290 representantes del Parlamento, se han dejado sentir todas esas circunstancias citadas. La participación ha marcado un récord por lo bajo, en torno al 40%, en respuesta a las llamadas al boicot lanzadas por la sociedad civil a través de personajes como la encarcelada premio Nobel de la Paz Narges Mohammadi. Los votos permitieron designar a sólo 245 de los 290 escaños del Parlamento, ya que no todas las candidaturas superaron el umbral mínimo y necesitarán una segunda vuelta, que se celebrará en abril o mayo.

Entre esos 245 políticos elegidos (entre quienes solamente hay 11 mujeres), 200 contaban con el apoyo de grupos de línea dura. El régimen parece enrocarse, puesto que todas las candidaturas pasan por el filtro del Consejo de Guardianes, un organismo no electo que descalifica a todos los candidatos que considera insuficientemente leales al establishment clerical.

Como vemos, a pesar de que haya muchas elecciones, la democracia sigue siendo un sistema en riesgo, que hay que cuidar.

En cuanto a las elecciones que aún tienen que celebrarse en lo que queda de año, destacan algunas que nos afectan más directamente, como pueden ser las de Estados Unidos, las de la Unión Europea, y también las británicas y las tunecinas. Les prestaremos atención.

 

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